El escritor hace un señalamiento de la evolución negativa dada en los ultimos años al punteo de las Cachúas y Civiles.
Por Julio Gómez Féliz
Estudiando de forma pormenorizada la manera de los
cabraleños realizar el juego de cachúas, desde los primeros tiempos de su
creación hasta nuestros días, se llega a la conclusión de que se trata de un
lindo evento folclórico y cultural, aparte de atractivo y sano, el cual era
disfrutado por la población local y por visitantes de otras localidades
vecinas, e incluso de poblaciones del país distantes.
Empero en los últimos tiempos –desde diez o doce años
atrás—esta festividad folclórica de las cachúas ha venido siendo trastornada, e
incluso desacreditada, con un nocivo comportamiento al cual se podría calificar
de antisocial y anticultural, lo cual nos obliga a producir el presente trabajo
con el título de “Lo cultural y lo antisocial”. Dicho fenómeno antisocial se
produce de la siguiente manera:
Luego de dos días de ajetreos, figureos y bellaquerías el
sábado y domingo anterior, el tercer día (lunes por la tarde), el grueso de las
cachúas acuden a concentrarse en uno de los barrios del pueblo, dirigidas por o
guía o “líder”, lo cual hace también el grupo de no disfrazados o
“anticachúas”, denominados “civiles”. Allí ambos grupos en un escenario literalmente
de confrontación sentido positivo --a no ser la satisfacción que experimentan
del sufrimiento y los consiguientes riesgos y maltratos físicos--, cachúas y
civiles, o mejor dicho los disfrazados y los no disfrazados, se enfrentan de
manera física y directa, en un brutal desafío, físico y directo sin sentido a
foetazos limpios; provocándose con ello heridas en sus cuerpos, muchas veces
severos y graves, con la pérdida y afectación de ojos y otros órganos
corporales.
Para su extraño juego o desafío carnavalesco, las cachúas y
civiles días antes se preparan unos foetes a los cuales en sus puntas les
adhieren una variedad de objetos cortantes, entre ellas navajas, alambres de
púa, tuercas, etc., con los cuales logran causarles heridas más cortantes y
contundentes a sus adversarios.
También, muchos de los participantes en ese bestial desafío
suelen prevalerse y portar ocultos en sus cuerpos, filosos machetes, puñales,
cuchillos, como también armas de fuego, incluso de las denominadas chilenas,
tan mortíferas como ilegales.
Lo extraño de este inusual comportamiento cultural de esos
grupos de Cabral, el cual, tal parece, al paso de los años se convierte en un
evento o una práctica “folclórico”—digámoslo o califiquémoslo así—, es el hecho
de que al final del mismo casi siempre deviene en varios golpeados y heridos
leves y severos, no obstante la presencia de la Policía Nacional que, prevenida
de antemano, hace acto de presencia para intervenir y prevenir hechos
lamentables, los grupos en pugna, mansos y cimarrones, al final de la batalla
corren entremezclados por las calles en dirección al cementerio municipal,
donde llevan a cabo el tradicional “repique” de foetes, en honor y en
recordación de las cachúas fallecidas.
Y este último evento del carnaval, más que un desagradable y
bochornoso desafío entre adversarios, como es el “punteo” de civiles contra
cachúas, es un ritual de revivencia de sanas costumbres del pasado, donde cada
quien acude con su foete en manos a resonarlo de forma emotiva y ordenada, como
si se tratase de despertar de su sueño las almas durmientes de sus deudos y
amigos ya idos, conocidos y desconocidos.
De allí, luego de repicar en el cementerio, salen decenas de
disfrazados cansados pero eufóricos, recorriendo las calles y dándole foetazos a
todo el lugareño que encuentran a su paso, no de venganza, sino de satisfacción
y como un elemento de la vieja tradición; y siempre con la mano izquierda
extendida pidiendo “lo suyo”, un aporte en dinero o un “pote de ron”, para
mitigar su cansancio y/o “reponer” sus energías agotadas en un juego cultural y
tradicional de los cabraleños.
"La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés." Antonio Machado
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