La juventud breve de Tamira.

Suceso real acontecido en el municipio de Cabral, Barahona, República Dominicana. 

Por Yassir Féliz 
chukunaky@gmail.com 

Hace muchos años, cuando yo era un adolescente, veía en “bacanería” diaria muchos y muchas jóvenes de Cabral. Su vida, alejada de los estudios técnicos o universitarios, transcurría entre bailes, discotecas y ríos. El caso que quiero compartir se enfoca en una de las reinas y malondras de ese momento.

De todas las chicas que brillaban, Tamira (nombre ficticio e inventado por mi para no causar sinsabores) siempre me llamó la atención. Era, además de hermosa con cuerpo estructural, toda una diva extrovertida y alegre (en eso se me parece a muchas que veo hoy en nuestras calles y redes sociales). Años y años pasaron y yo no sabía de la vida de Tamira. Incluso, llegué a pensar que vivía fuera del país, pues siempre imaginé que un funcionario, rico o extranjero sería su destino, pero me resultaba extraño que siendo una tipa del medio nunca lograba verla ni en Semana Santa, ni patronales, ni diciembre ni en los weekends largos.

Hace un año fui a Cabral y en una de mis andanzas barriales vi a una persona muy parecida a ella. No me aguanté. Detuve el paso y me devolví. Cuando la tuve al frente sentí que ella esquivaba la mirada, pero yo estaba determinado a hablarle. Le pregunté “¿Eres Tamira?, y ella, como con un dejo de vergüenza, me respondió “Hola Yassir. Sí. Soy yo”. En su pena, me invitó a pasar a su muy humilde casa.

Me contó de su vida y las peripecias que estaba pasando. Mientras charlabamos, yo no dejaba de preguntarme qué había pasado para que la más vaciladora, la mujer hermosa deseada por todos los hombres del pueblo y zonas aledañas, pasara de reina del jetset cabraleño a vivir en un rancho cuyas paredes y techo eran de yaguas y latas de aceite de “El Gallo”.

Me dijo que ella me había visto muchas veces, pero se me escondía y no me saludaba porque no quería que yo la viera en las condiciones que estaba y vivía. Me sentí triste por ella. Terminamos de hablar y le dejé “algo” para que al menos combatiera su estrechez por par de días.

Cuando ya me había despedido, me jaló por el brazo, me dio un beso enorme en la mejilla derecha, y al oído y me dijo “oye, quienes viven bien hoy en este pueblo son a las que nosotras las torontontonas le llamábamos “palomas”. Mientras vivíamos gozando 24/7 en todos los lados, ellas se dedicaron a estudiar y hoy son las maestras, enfermeras, doctoras y licenciadas de Cabral. Qué pena que que vine a darme cuenta cuando ya toy vieja y explotá con 45 años de edad, 6 hijos y 5 nietas”.

Con dulzura y en silencio total, la miré a los ojos, le di un abrazo enorme y me fui pensando en eso último que me dijo.
“La verdad no es un artículo que se compra y se vende con beneficios” Juan Bosch

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