Presencia Haitiana en la República Dominicana (1 de 4).

El crecimiento de las zonas cafetaleras suroestanas a inicios del siglo XX incrementó la presencia haitiana en República Dominicana. 

Por Welnel Darío Féliz

La presencia en lo que hoy es la República Dominicana de los habitantes del oeste de la isla, primero de los esclavos (liberados o viviendo libre como “cimarrones”), después de los haitianos, ha sido constante y ha existido por más de trescientos años. 

Poco después de la ocupación de La Tortuga por parte de los habitantes, bucaneros y filubusteros y luego del poblamiento de la zona oeste, a partir de 1630, los esclavos escapados tenían como objetivo asentarse en las sierras de Neiba y Bahoruco. Ya para finales de del siglo XVII, a muchos de ellos los españoles les concedieron la libertad y fundaron, hacia 1683, el pueblo de Los Mina, mientras otros grupos permanecían constantemente en las altas sierras. 

El siglo XVIII trajo consigo nuevas realidades económicas y un recrudecimiento del trabajo esclavo, lo que provocó que se incrementasen los cimarrones en aquellos lugares. En esas lomas crearon pueblos, hicieron sembradíos y vivían una vida de libertad. Hacia 1780, un grueso grupo de los que vivían en las montañas de la Sierra de Bahoruco iniciaron negociaciones para que se les permitiese aposentarse en sitios visibles, accediendo a que habitaran en las cercanías del Arroyo Naranjo, fundando el pueblo del mismo nombre en 1791, sitio solo a unos diez kilómetros del caserío cabecera del Hato Cristóbal de la Sal. La mayoría de estos antiguos esclavos provenían de la parte francesa. 

El siglo XIX trajo nuevas situaciones. En 1822 inició la dominación haitiana, la que se prolongó por más de dos décadas. Fueron años en que si bien no se produjo una fusión económica, social y cultural, habitantes de ambos pueblos se integraron en sus relaciones cotidianas, de allí que muchos se quedaron en una u otra nación cuando se produjo la independencia dominicana en 1844. Si bien diecisiete años de guerra generó un cisma, tal situación puede ser considerada generacional y circunstancial, de allí las relaciones haitiano-dominicanas que contribuyeron con la restauración, luego de la anexión a España en 1861. 

Esas relaciones dominico-haitianas se estrecharon en las décadas siguientes. De hecho, al término de la guerra los intercambios económicos de la zona suroeste de la isla se realizaban en moneda haitiana y los pueblos cercanos a la frontera se abastecían de productos traídos de Puerto Príncipe. Esa realidad pervivió hasta entrado el siglo XX, en que pueblos como Duvergé, Neiba, Bánica, Las Matas se identificaban económicamente más con los productos haitianos que con los dominicanos. 

Los inicios de la explotación cafetalera en Neiba en la década de 1870 y en Barahona en 1880 iniciaron procesos de intercambio laboral. Las grandes fincas comenzaron a contratar mano de obra haitiana, sustitutiva entonces de la dominicana. En el este, zonas del norte y en Azua se desarrolló la industria azucarera, que si bien empleó trabajadores de las islas inglesas y holandesas, no dejaron de contratar mano de obra haitiana, principalmente para labores menos especializadas. 

El crecimiento de las zonas cafetaleras suroestanas en Polo, Las Lomas y Enriquillo fue proporcional con el aumento de los trabajadores. En 1910, solo la finca Mi Propio Esfuerzo de Luis Delmonte, contrataba a 300 haitianos en época de cosecha y tenía 25 trabajadores fijos. La construcción del muelle de Barahona, entre 1904 y 1909, también atrajo mano de obra del vecino país. Durante las guerras civiles de estos años los trabajadores dominicanos se iban a integrar al ejército, por lo que la compañía constructora se veía compelida a detener los trabajos o a contratar trabajadores haitianos. Era tanta la presencia haitiana en la zona que el gobierno haitiano nombró un cónsul en Barahona.

En esos años, los haitianos que emigraban en busca de trabajo, estaban dispuestos a hacer lo que fuere. En 1910, una peste azotó el país, la que mató a varios burros, cerdos, perros y otros animales en Barahona. El ayuntamiento trató de contratar a varios dominicanos para que recogieran los burros de las calles del pueblo, los que cobraron 5 pesos por cada burro, el edil acudió a los haitianos, quienes bajaron el precio a dos por cabeza. Esta decisión provocó la protesta del cónsul, pues tal acción podía enfermar a sus ciudadanos y, además, la paga era muy baja. 

La instalación del ingenio Barahona abrió nuevos espacios migratorios. El desmonte de los predios, la instalación de los rieles del ferrocarril, la siembra de la caña y el corte posterior recayó casi por completo en mano de obra haitiana. Los documentos oficiales señalan que se daban unos 600 permisos de trabajo al año y casi la mitad regresaba a Haití, pero el movimiento migratorio ilegal era mucho mayor. Solo en 1921 la guardia apresó en El Limón un contingente de 500 haitianos ilegales, quienes se dirigían a laborar en el ingenio. Lo propio ocurrió con el Central Romana.

En los años siguientes, los grupos de trabajadores haitianos se diseminaron por todo el territorio, trabajando en el café, el cacao y en otros productos. Pero el grueso se concentró en la producción azucarera. Como era natural, muchos de los inmigrantes y sus descendientes se integraron a la vida social dominicana, fundaron familias y tuvieron sus descendientes, se dedicaron al comercio y a otras actividades económicas, culturales y deportivas. Asimismo, la frontera era una zona constante de intercambio. La actividad en la zona era tan profusa, que impulso a los gobiernos a iniciar procesos de poblamiento de aquellos lugares, en algunos, como Dajabón, los haitianos ocupaban un renglón importante en el comercio, tanto por la cercanía de Juana Méndez, como por las profusas relaciones que se daban con los habitantes del productivo Cibao.

Durante todos estos años, las relaciones sociales y políticas haitiano-dominicanas y dominico-haitianas se desarrollaban sin mayores prejuicios raciales, estructurales o culturales. Si bien llovían las quejas de los comerciantes sureños, por la existencia de haitianos que recorrían los pueblos vendiendo los productos, tal no llegaban a mayores. Normal surgían los conflictos entre personas de ambos países, pero un sentimiento de animadversión histórica, racial y social no puede considerarse que constituía un elemento generalizado y principal en las relaciones. 
La verdad no es un artículo que se compra y se vende con beneficios” Juan Bosch

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