Cultura de la Violencia


Por Werner Darío Féliz

Leer un periódico, impreso o digital aterra. En sus páginas aparecen tantas escenas de asesinatos, atracos, feminicidios y otras noticias cruentas que tal parece que el país es un completo escenario de guerras. Los llamados del jefe o el vocero de la policía, para que algún “sospechoso se entregue, para evitar males peores” es una clara sentencia de muerte. Y lo peor es que, sin tapujos, las escenas y fotografías sangrientas son publicadas y más aún, son demandadas por la ciudadanía, pasando casi como normales en el devenir diario de la sociedad dominicana.


Los crímenes son frecuentes, más de lo que pueda considerarse, pues los de mayor trascendencia son los dados a conocer a la luz pública, pero es sabido que cada actividad de la vida social puede ser violenta, al punto que manejar resulta peligroso, pues cualquier normar accidente suele resolverse con agresión física, sea con armas blancas o de fuego.


Ante tantas escenas violentas, suele decirse que tal nunca se había visto y apostamos a la introducción de personas que han cometido algún delito fuera del país, los llamados “deportados”, la influencia del consumismo propio de una economía de servicios y los métodos del tráfico ilegal de estupefacientes. Apelamos así a problemas propios de la sociedad del siglo XXI, sin buscar y analizar en nuestra cultura como parte del problema y atacar el mal desde el mismo corazón de la sociedad.


La formación de la identidad dominicana trajo consigo altos niveles de violencia. De hecho, las constantes defensas del territorio, con las llamadas cincuentenas, las milicias y las guerras, durante la etapa colonial, contribuyeron a formar una sociedad violenta. Después de proclamada la independencia, los 12 años la guerra contra Haití fue sostenida por el campesinado y en los veinte años siguientes a 1856 el país vivió muy pocos momentos de paz. Fueron etapas caracterizadas no solo por enfrentamientos entre bandos políticos, sino por riñas internas, robos, individuos dedicados a la mala vida, feminicidios y agresiones. Solo hay que ver los libros de sentencias de los juzgados de primera instancia para darse cuenta de todos los procesos judiciales por esas causas.


Esa segunda mitad del siglo XIX fue realmente cruenta, violenta. Considerar que para que una persona ser considerado un hombre debía tener “buen caballo, su revoive, una silla y su mujei” (Hoetink, P. 320). Y aquel que no tuviese tal revolver, debía colgarse su machete o puñal, y no para juegos. La mujer podía ser asesinada por el hecho simple de ser infiel (hasta 1997 el artículo 324 del Código Penal lo consideraba excusa legal), o ser agredida sin enfrentar mayores problemas.


No había fiesta que no terminara en riña, con la herida o muerte de algunos, por ello todo el que allí asistía iba preparado para tales acontecimientos. En Barahona, para 1893, buscando evitar por este medio los tantos acontecimientos tristes que vienen sucediendo hace tiempo, en las diversiones de bailes ,el ayuntamiento aumentó la boleta de permiso a la suma de dos pesos ($2) por cada una. Esta medida fue ampliada, prohibiéndose en todo el distrito se toque música y se celebren bailes los días que no sean fines de semana.


El siglo XX no cambió mucho esta realidad social. Los primeros treinta años muchas escenas violentas vivió el país y los 31 de la dictadura de Rafael Trujillo fueron completamente cargados de violencia, al punto que el temor a las agresiones y las torturas eran las formas típicas de represión. Los años siguientes no lo fueron menos. La guerrilla encabezada por Manuel Aurelio Tavares, la guerra de abril de 1965 y los siguientes sangrientos años de los gobiernos de Balaguer fueron sumamente violentos. Las agresiones de la policía, las respuestas de los agredidos, la represión social y política y la propia vida de la gente estuvieron muy cargadas de violencia.


La vida en los pueblos no cambió su forma violenta. En cada fiesta la pregunta normal y común era por los pleitos y era recurrente que los domingos las noticias de un herido o muerto en algún bar. Esa cultura violenta ha traspasado generaciones hasta el siglo XXI y es completamente normal que los escenarios de discotecas y fiestas públicas culminen en actos violentos, tiros, heridos, pleitos a trompadas y otros hechos.


Pero la violencia no solo es común en la vida social. Los libros de historia transcriben hazañas violentas con pasmosos detalles. Es común encontrar en ellos referencias al machete dominicano y cómo éste cercenaba las manos de los enemigos o “cortaba cabezas” o el enfrentamiento entre generales de los bandos haitiano y español contra dominicanos con vivos datos. Las narraciones de béisbol, pasatiempo y deporte nacional, son un verdadero campo de batalla: “metrallazo de hit”, “bombazo por el centro”, “el cañonero”, “el acorazado”, “granadazo” y otras; y nada que decir de las crueles peleas de gallos. Muchos programas de televisión y radio del país fomentan la violencia y la xenofobia, principalmente contra los haitianos, contribuyendo a que grupos, en colectivo, se enfrentan a los trabajadores inmigrantes de esta nacionalidad, generando agresiones personales y generalizadas.


En definitiva, la violencia del país no es nueva, es una violencia cultural que ha sido engendrada por generaciones, desde los mismos planteles escolares, las calles, las noticias, la radio, el deporte y otros espacios de socialización. De allí que se amerita trabajar el problema desde la misma raíz donde inicia: la familia y la sociedad, propugnando por una educación que impulse nuevos paradigmas y contribuya a la transformación de la cultura de la violencia.


"I always tell the truth, even when I lie"

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