El Estado y la Región Suroeste





Por Werner Darío Féliz


En 1606 se devastaron todos los hatos de las riberas del Neiba, en la región Suroeste, dejando la región completamente despoblada. En el decurso del siglo XVII poca presencia permanente de criollos puede ser encontrada en la región. Es en 1735, después de intensificarse el comercio con los franceses, fue que se erigió Neiba, como un pequeño pueblo, cercano a la frontera, dirigido a aglutinar a aquellos habitantes y proyectar la presencia religiosa en la zona. Si bien en los años siguientes Neiba fue importantizada, cuando se erigió como Curato y municipio y se estableció una aduana del Rey en Tierra Nueva, la región como tal no tuvo una activa presencia gubernamental, ni tampoco de la iglesia: toda la comarca era muy pobre.

En los primeros años del siglo XIX ciertos cambios se dieron, principalmente al dedicarse los habitantes a los cortes de maderas, el cual fue de importancia capital en todo el siglo. Pero el Estado, aun con tan importante comercio, no incidió en su regulación directa, sino que fijó en Azua el punto de revisión y pago de aduanas, de allí que los barcos cargaban en Barahona y Petit Trou y partían a Azua a satisfacer los gravámenes. Era una vida alejada de los principales centros de poder  y control político, sin que el propio Estado acudiera en auxilio de aquellos habitantes.

Los sureños fueron muy útiles para la guerra, hasta el punto que se erigieron en la defensa de la patria, al escenificarse allí los principales movimientos bélicos, batallas, encuentros y enfrentamientos. El precio del patriota fue muy alto, pues o abandonaban sus cultivos en las constantes guerras o eran destruidos estos y su ganado en cada incursión militar. Después de cada una de las invasiones, los sureños tenían que comer caña como alimento principal y el rubro o animal que sea que les permitiese sobrevivir. Mientras el sureño se desangraba y languidecía de hambre y miseria, otras regiones explotaban su ganado y su tabaco: se enriquecían y engordaban.

Ni siquiera templo católico tenían aquellos miserables. La vieja parroquia de Neiba solo era un ranchón y en Las Damas, Petit Trou, Barahona, Rincón y otros sitios, siquiera ermita existían, solo tal vez una mísera enramada. El propio Pedro Santana observó, en 1853, que Barahona no tenía iglesia, y eso que era sede parroquial de un amplio territorio desde 1851: los barahoneros tuvieron que aportar sus recursos para erigir una choza –que llamaron iglesia- en 1860 y en 1881 volvieron a aportar tratando de levantarla nuevamente, logrando, después de muchos ruegos y lloriqueos, que el gobierno les donara el cinc y la madera de pino. Aun así, su campanario no fue terminado sino años después.

El sureño tuvo entonces que buscar sus propios medios de subsistencia. Los bienes que consumían eran traídos de Puerto Príncipe, vendidos en toda la región por pacotilleros haitianos y dominicanos, al punto, según el enviado del gobierno a la frontera en 1867, Juan R. Fiallo, que la moneda dominicana no circulaba, sino el gourdes haitiano. Fiallo recomendó que el Estado prohijara la creación de casas comerciales, como forma de contrarrestar este irregular comercio. Pero la solución era solo factible para algunos, los comerciantes, no para la mayoría, pues los bienes solo podían entrar por Azua y llegar carísimos a toda la comarca.

En 1879 los comerciantes barahoneros iniciaron una serie de diligencias para lograr impulsar su comercio, una de ellas era la creación el distrito marítimo y la apertura del puerto de Barahona para exportación e importación (estaba declarado para exportación desde 1875): ellos expresaron que se eliminaría el comercio pacotillero. En 1881 se les concedió sus deseos, al crear el distrito, pero los sabios y necesitados sureños les importó muy poco, pues siguieron consumiendo los productos haitianos: se desató una tenaz persecución contra estos comerciantes ambulantes.

En estos últimos años el Estado hizo muy poco por la región. Mientras el  Cibao se enriquecía con dos trenes, el sur vivió en vilo la promesa de un busca vidas-concesionario como David Hacht, quien por más de 15 años trató de vender la idea de un ferrocarril para explotar la sal de Neiba y otras maderas: esa era la esperanza sureña. La frustración se vio en su máxima expresión cuando fracasó la campaña que Francisco Gregorio Billini inició, para construir el ferrocarril del sur, una recaudación de fondos en el ámbito nacional: de los que menos recibió, solo un pobre óbolo,  fue de los barahoneros. El sueño billiniano fue nonato.

Con tantas precariedades, el pobre sureño busco otros modos de vida: se fue al este a trabajar en los recién fundados ingenios y los que se quedaron se enfrentaron a nuevas formas de vida, traídas de la mano de la agroindustria, con el café y la prohibición de la cría de ganado libre.

Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX fueron cruciales en la vida del sureño. Aunque ciertamente el Estado comenzó a invertir tímidamente en la zona, los barahoneros concentraron esas inversiones en la ciudad, y esta se convirtió en pocos años de un caserío a estar a la altura de muchas, con faroles y varias escuelas. Con la apertura del muelle en 1908 y la instalación del ingenio en 1917, la población de la ciudad se triplicó en pocos años, al igual que la región.  

Durante los primeros años la región se mantuvo con poca incidencia estatal y no es sino en 1927 cuando comienza a intervenir. Se inició la construcción de la carretera Barahona-Azua y se trató de fortalecer ciertas desoladas zonas fronterizas, con la fundación de Pedernales. En los 30 años siguientes cambios radicales se vivieron, principalmente con la construcción de la carretera Barahona-Azua en 1937, Barahona-Cabral en 1938 y Cabral Duvergé en 1947, así como la Barahona-Neiba y otras obras viales. Asimismo, se construyeron canales de riego, se instalaron centros de experimentación agrícola, se impulsó la ganadería, se obsequiaron grandes extensiones de tierras para agricultura, se mejoraron las ciudades fronterizas, se crearon tres provincias: Bahoruco, Pedernales e Independencia, con la idea de mantener mayor presencia social y política en la zona. Por igual, se comenzó a explotar las minas de sal y yeso en Las Salinas y se instaló la Alcoa Co. para la extracción de la bauxita en Pedernales. Producto del aumento  y mejoría de las siembras de café, la producción creció y explosionó el comercio.

Hubo entonces un interesante crecimiento poblacional, que analizaremos en otra entrega, de la economía y transformaciones sociales. En general, en los primeros tres tercios del siglo XX el Estado tomó medidas para tratar de impulsar la economía en el suroeste. Ya en su último tercio se introdujo la zona franca industrial, como forma de impulsar el empleo, se permitió la instalación de una fábrica de cemento.

Pero muchos cambios han surgido en los últimos 40 años: el cierre de la Alcoa Co., la reducción de las operaciones de la zona franca, de la pesca, la ganadería y la agricultura y la capitalización del Ingenio Barahona y las minas de Sal y Yeso, medidas que han impactado negativamente en toda la región, dejando sin empleo a miles de personas y afectando a familias: hombres mujeres y niños. Estas situaciones han provocado una migración hacia otros pueblos del país y el exterior y una reducción de la tasa de crecimiento, manteniéndose muchos municipios casi estáticos. La gente vive de los empleos públicos, las remesas, un exiguo comercio y una paupérrima agricultura. En los últimos años, los embates de los fenómenos atmosféricos y sus secuelas han minado su capacidad productiva y han sumido aun más a los sureños en la pobreza y la indigencia.

En ocasiones el Estado ha tomado medidas. En 2001 trató de impulsar el comercio fronterizo, mediante una ley que permite la instalación de compañías en la frontera, libre de impuestos, tanto del Impuesto Sobre la Renta, por diez años, como de la materia prima necesaria para su operatividad. Asimismo, se ha tratado de impulsar el turismo, mediante la declaratoria de la región como zona turística, pero tal no ha podido encontrar su cauce, principalmente por el turismo de playa y sol que se práctica, lo que Barahona no posee, sino Pedernales, dentro de una zona ecológicamente protegida.

En definitiva el sur del futuro no es contemplable en lontananza, pues son pocas las inversiones que se hacen y poco lo que el Estado prohíja y desarrolla. Tal vez una organizada zona de mercado fronterizo permanente en la frontera pueda ayudar, el impulso de la agricultura, la implementación de invernaderos, la cría de pescados y camarones en estanques, tal vez la industrialización del plátano u otros rubros agrícolas al igual que algunos frutos, impulsar el turismo, sea con exenciones impositivas, liberalización de ciertas zonas costeras protegidas, bajo condiciones, siembra de zonas secas con productos, cómo la sábila o la pita, y mayores niveles de ayuda y protección del Estado. El sur puede vivir.
  "I always tell the truth, even when I lie"

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