Una reflexión de la relación de los haitianos y dominicanos.
Por Julio Gómez Féliz
Siempre existen razones para que los habitantes de un país, incluso las generaciones posteriores, sufran una especie de trauma cultural, moral y sicológico, o bien una especie de resentimiento, de desprecio y odio en contra de los de otro país responsable de en un momento de su historia, haber sufrido los efectos causados por el mancillamiento y la pérdida, breve, provisional o prolongada, de su soberanía, producto de una invasión o intervención armada a su territorio.
Tal es el caso concreto de los dominicanos en relación al pueblo y la nación haitiana y a los norteamericanos, países éstos que, en épocas diferentes, históricamente fueron autores o responsables de más de una afrentosa invasión armada a nuestro país, como también de la suplantación de nuestra soberanía como estado libre e independiente de esta media isla caribeña del continente americana.
Recordamos, no sin preocupación pero sin odio, que durante 22 largos años (entre 1822-1844), la nación dominicana a fuerza de pura bayoneta fue subyugada por las fuerzas armadas del vecino Estado haitiano. En tanto que los norteamericanos, a base de su fuerza y el fusil, se embolsillaron nuestra soberanía primero durante ocho (8) años-1916-1924 y en el año 1965, en ocasión de iniciarse el estallido de la poblada y sangrienta revuelta del pueblo dominicano en su intención y determinación de restablecer el gobierno legítimo y constitucional del Presidente Juan Bosch, depuesto por un golpe militar el 25 de septiembre de 1963.
Si bien es verdad que a causa de tales agravios al paso de los años el pueblo dominicano ha ido paulatinamente olvidando y borrando de su mente las ofensas y los enconos contra los antiguos agresores de su soberanía (los norteamericanos y los vecinos haitianos), que es como decir de su dignidad como nación libre e independiente, no es menos cierto que hoy en día aún perviven y persisten unos sentimientos patrios —no de odio ni de venganza--, producto de tan injustificable actos de transgresión y vulneración de la soberanía de la República Dominicana. Resabios que de forma natural y sin que, al paso de los años, ningún dominicano de manera consciente ni deliberada, los incite y estimule, sí se han venido transmitiendo de generación en generación. Porque indudablemente se trata de sentimientos que, cual llamarada de fuero, arden de forma incesante en el pecho y en la conciencia no sólo de los dominicanos, sino de todo ser humano del mundo.
Aunque uno como dominicano debe ser sincero en admitir y reconocer que, por lo que se percibe y partiendo del comportamiento que muestran tanto los haitianos como los dominicanos –tanto aquí y en Haití--, al paso de los años se notan cada vez más profundas, más extremas y manifiestas las diferencias y las rivalidades existentes entre los habitantes de los pueblos haitiano y dominicano; no tanto como en el pasado de daban entre dominicanos y norteamericanos.
Y ello tiene su explicación ciertamente. Los haitianos, posiblemente desde siempre observan y mantienen un comportamiento hostil frente a los dominicanos, bajo la excusa --para nosotros injustificada, no reflexiva y nada racional-- de que frente a ellos y para con ellos, los dominicanos somos esclavistas. Esa es, quizás injustificada y lamentablemente, su principal excusa; la que ellos les han vendido a la opinión pública mundial.
En otras palabras, culpan ellos a sus vecinos más cercanos, de ser “los responsable ancestrales de todos sus males y de su estado de postración y de pobreza”. En una porción de territorio, donde por desgracia, la Madre Naturaleza (y no los ciudadanos del país dominicano), es y ha mostrado adversa para ellos, y con el cual parece que tampoco ha sido lo necesariamente generosa, como debió ser.
Incluso, tales lamentos los hermanos haitianos los justifican en el hecho natural de no haber sido ellos los dueños únicos y absolutos de la totalidad del territorio de la Isla Hispañiola, cuya división se generó en hechos históricos que, quienes han estudiado y conocen un poco la historia del continente americano, incluidas las propias Antillas caribeñas – parte de la que ellos y nosotros compartimos en una no agradable y sana vecindad--, lo entienden. Craso error.
Los hermanos del vecino Haití (con más precisión un sector de su población), en su empeño quizás de mantener un clima de permanente tensión en las relaciones que deben existir entre ambas naciones, siempre hacen alusión al doloroso, injustificable y lamentable hecho de sangre ocurrido el 2 de octubre del año 1937, en el sur, conocida como “la matanza de los haitianos”. Sin embargo, los dominicanos, víctimas en el pasado (de 1822-1844) de una primera y absurda invasión a nuestro territorio, por parte del ejército del entonces conocido como “el Imperio haitiano”, justo cuando los habitantes de Republica Dominicana comenzábamos a disfrutar y ensayar un primer estilo de independencia y de soberanía; misma que se prolongó por veintidós (22) largos años; con toda su secuela de daño. Todo lo cual devino, no sólo en un retroceso para la vida y el orden institucional de la sociedad dominicana en su conjunto, sino también en el aspecto histórico nos provocó una especie de trauma, toda vez que ello devino en un estancamiento en todos los órdenes para el naciente Estado Dominicano: en lo económico, en lo cultural, etc..
Pensamos que recordar uno que otro suceso histórico vivido y padecido por un pueblo, como son los sucesos ya referido, en ningún modo ello constituye el reflejo o manifestación de agravios, de ofensa ni de rencor por las generaciones actuales. No obstante, merece recordar que, conforme a los datos registrados en nuestras páginas históricas, en los años 1916 y 1965, la República fue también víctima de por lo menos dos (2) invasión e incursiones armadas, primero por parte de tropas militares norteamericanas; cuyas nefastas secuelas de tal incursión y agresión, al día de hoy los dominicanos las continuamos padeciendo. Y sin embargo, para el pueblo dominicano ello no ha sido motivo para que las generaciones actuales mantengamos actitud alguna de odio y de confrontación con unos y otros. Ni con los haitianos ni contra los americanos. Todo lo contrario. Lo cual refleja madurez y un elevado nivel de conciencia histórica y de asimilación de los avances que experimenta el mundo hoy en día, que nos sugieren asumir la globalización como una realidad inevadible; incluyendo la buena vecindad, la historia, la paz, la solidaridad, la cultura, la economía, el comercio, la educación, etc.
En realidad uno no se atreve a prever la marcha ni los efectos del tiempo, ni tampoco en prevenir que los hermanos haitianos vean y traten al pueblo dominicano como su (y recíprocamente nuestros) natural y buen vecino; y que obligatoriamente deberemos seguir compartiendo cual dos grandes familias, la misma isla, (nuestra Isla), y que a la vez, ellos y nosotros somos y debemos ser lo que dios el Creador quiso y quiere que seamos: dos buenos y solidarios vecinos.
PD: El autor es poeta, historiador, periodista y abogado.
“La verdad no es un artículo que se compra y se vende con beneficios” Juan Bosch
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