En defensa del “Punteo” Ultrajado


Los punteos siempre han sido parte de los enfrentamientos.

Por Welnel Darío Féliz

He leído con avidez el artículo de Julio Gómez Féliz titulado “Lo Cultural y lo Antisocial” publicado en este mismo espacio. Debo confesar que me causó sorpresa las consideraciones vertidas por nuestro abogado, periodista, historiador, poeta y amigo. Aunque algunas de sus expresiones resultan correctas, considero que se trata de una visión muy particular que necesariamente no toca la realidad concreta en torno a la celebración cultural y más que ayudar, crea una confusión en torno al evento, su desarrollo, las particularidades e importancia de los pleitos entre Cachúas y civiles y lo que ha sido y es Las Cachúas de Cabral.

Debo primero decir que de entrada el título del artículo nos lleva a considerar que los punteos son “antisociales”, o sea, operan contra la sociedad, lo cual no es así. Si bien es cierto que lamentablemente muchas acciones negativas se acometen durante el evento, en esencia, la propia celebración del punteo es un componente esencial de la cultura y la sociedad de Cabral, que basa su característica folclórica en ella y resalta los enfrentamientos como parte de la misma. No opera, por tanto, contra ella, ni afecta al conglomerado humano del pueblo como tal, sino más bien que opera como parte de su elemento de identidad fundamental.

Debo, asimismo, expresar mi estupefacción al leer que nuestro escritor expresa que Las Cachúas hace “ajetreos, figureos y bellaquerías” y llama “extraño” al comportamiento cultural, sin que tal, para los cabralenses, no tenga nada de extraño ni de bellaco o figureo.

Por otra parte, los punteos, contrario a lo que refiere Gómez, siempre han sido parte de los enfrentamientos. Es conocido por los cabraleños que desde que se tienen noticias tales se realizaban, con una violencia similar y en ocasiones mucho mayor, la que generaba hombres heridos y cortados. De las más viejas fotos que conocemos, que datan de 1963, precisamente una de ellas nos aporta la imagen de un enfrentamiento. Otra de 1973 enfoca una numerosa y cruenta lucha, y las de la década de 1980, más reciente, no es diferente. Es conocido que desde décadas atrás, el palacio municipal era el escenario principal de ellos –lo que ya no es- y la lucha estaba precedida por una constante tirantes entre unos cuantos “civiles” apostados en el techo de aquel lugar y el grueso de Las Cachúas ubicadas en la calle.

Es sabido, asimismo, que Las Cachúas de Cabral siempre ha sido una expresión cultural con ciertas características de dominio y control de los espacios, lo cual, como es natural, implica ciertos niveles de violencia. Se sabe, y se expresa con satisfacción, que otrora “la gente no salía a la calle” y los que salían o pagaban su “peaje” o eran castigados a fuetazos. Las mujeres, para poder salir a sus actividades, debían estar vestidas de Cachúa, principalmente aquellas que necesitaba “rifar” u otros quehaceres. Se conoce que los vendedores ambulantes se cuidaban y que los niños vivían esos días debajo de la cama. Todos conocemos y es nuestro orgullo, que nada se detenía ante Alfredito y que él y su grupo era el terror del pueblo. En fin, las calles son de Las Cachúas y de nadie más y como tal era y es aceptado por el pueblo. Es así que, contrario a lo que dice Gómez, no tiene nada de “inusual”, y no se “convierte”, como expresa, en un “evento, una práctica folclórica”, sino que es y siempre así como tal.

Así mismo, considerar el punteo como “desagradable y bochornoso desafío entre adversarios”, “bestial desafío”, “comportamiento nocivo” esta vez una expresión que necesariamente implica un criterio que no es conteste con la esencia de tal evento y que al mismo tiempo niega la identidad y cultura que se defiende. Tal situación durante la celebración es el resultado normal del control de los espacios que el Cachúa entiende que es usurpado, lo que conoce el “civil” y por tal razón ataca. Es un pleito cultural, subliminal y sentimental en el cual no opera un por qué muy definido o un para qué determinado; es simplemente la culminación de una expresión folklórica que tiene como componente la libertad y la defensa de esa libertad, tanto personal como de los espacios logrados. Como tal, el pleito se da entre amigos, conocidos y aun entre familiares, sin más objeto que el desalojo de los lugares considerados propios. Es una celebración, una expresión de felicidad, la construcción de un yo diferenciador del resto de los pueblos y los mortales, un fenómeno violento que es un sello fijador de la esencia del Cachúa.

Como expresé al inicio de estas letras, me plego a algunas de las consideraciones de Gómez. De hecho, sus señalamientos en torno a los niveles de violencia que en ocasiones se dan durante los eventos, el uso de armas blancas, de piedras, de instrumentos que causan daño colocados en la punta de los foetes y de rencillas entre grupos, son realmente situaciones que ameritan la concienciación de tales y la búsqueda del cambio de dichos actuaciones. Pero tales no implican que el enfrentamiento en sí sea negativo, malo o “antisocial”. En tal caso, lo necesario es hacer lo posible para tratar de evitar tales situaciones particulares, reprocharlas, aportar soluciones, pero nunca basados en una crítica esencial de la cultura como tal, de Las Cachúas.

"La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés." Antonio Machado

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