Miguel Pó
Por: Elmer González
E-mail: protector_g@hotmail.com
Esos son los sentimientos que me invaden luego de estar varios días sin poder realizar mis acostumbradas visitas al Blog: Cabraleño, Lagunero y Viejaquero, y el día de hoy: 28/1/11, ver el artículo de Yassir, sobre el fallecimiento de mi querido Miguel Pó.
Aunque muchos de los cabralenses que residimos en la ya Megalópolis, quisiéramos en ocasiones asistir a los funerales de compueblanos como Miguel, se nos torna difícil y a veces imposible por cuestiones laborales, compromisos familiares, etc.
Hoy debo expresar la gran nostalgia que me causan los recuerdos de “Mi primo”, así me decía. Lo conocí desde la infancia en sus nobles labores de carretillero y limpiabotas, cuando sus órganos ópticos eran normales y saludables.
La ceguera progresiva que lo afectó durante la década de los ochenta, mermó sus movimientos, no así su espíritu ni su gran sentido de honestidad y lealtad. El hijo de doña Aleja la del Majagual, siguió siempre trabajando con su limpiabotas al hombro y guiándose de un bastón de Guayacán. Mostró siempre la afición por la composición de letras y exhibió dotes de cantante. Hasta algunas canciones llegó rudimentariamente a grabar.
Balaguerista empedernido. Había nacido un día de la Patrona Nacional, La Virgen de la Altagracia, de la cual fue un gran devoto, y por coincidencia ese día murió.
Cuanto relajo tuvo que aguantar este limpiabotas invidente. Hasta yo me burlé en algún momento para emular a mis amigos del pueblo.
A mis siete años me regaló un pequeño limpiabotas pintado de la bandera nacional, y cada domingo en la tarde le ayudaba a limpiar los zapatos de mi familia.
Hice junto a él, largas jornadas de desgrane de maíz y guandúles; y hasta fui su confidente en sus relatos de algunas viejas que arreglaba. Supo en los 90 ‘s que tuve una hija y nunca dejó de preguntarme por ella.
Gestioné dos de sus deseos: Un Radio CD y unas cuantas pastillas de Viagra que utilizó para sentirse vivo de la cintura.
La pena está, en que cada vez que nos alejamos tanto de nuestro terruño, desaparecen aquellas gentes que fundamentaron décadas gloriosas del folclore del pueblo; y se van tan de repente a veces, que con ellos se esfuman los elementos tangibles de un escenario vivencial que se sólo queda en los recuerdos.
Me confieso aludido, y con un sentimiento amargo, de no haber honrado con un viaje a su funeral, esos nobles harapos; carajo no pude asistir a su funeral.
Mi gran pena, no es por no haber hablado o escrito antes; es por no haberlo visto en sus últimos días, ni en su velatorio y sobretodo, saber que cuando vaya al pueblo, no podré verlo más.
"Siempre digo la verdad, incluso cuando hablo mentiras"
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