No se, pero esa escena que contemple, hace tantos años, acuda a mi memoria, con regularidad y cada vez me impacta igual, es posible que para la época la escena fuera normal, pero igual me impactó.
Fue una tarde, cerca de la casa donde vivía con mis padres, de repente mire por la palizada que nos dividía y vi. Sentados frente a frente al papá que le hablaba al hijo que era un joven de unos 19 ó veinte años y el escuchaba con una atención. Algunos años después, supe de que se trataba la conversación; el hijo cursaba
El padre era un comerciante con cierta posición económica, y le decía que aunque el podía dejarle una buena herencia cuando muriera seguía siendo mas importante su formación académica. Le explicaba que si se hacia profesional los beneficios serian para toda la vida, mientras que el dinero que le bajara, seria cuestión de un tiempo porque los despilfarraría en fiesta junto a su amante de turno.
Todo eso lo supe porque su madre le contó a la mía lo conversado entre el padre y el hijo, eso se pudo haber borrado de mi memoria, pero no ha sido así, se ha convertido en uno de los fantasmas del pasado que periódicamente me atormentan.
Reflexionando sobre la escena, me he dicho: será que mi padre nunca se sentó a conversar con migo, ò es que yo, lo he hecho muy pocas veces con mis hijos: y mis pensamientos vuelan, y me pregunto, será por eso que hoy muchos jóvenes andan desorientados, haciendo diabluras y llenando de vergüenza a su familia. Lo digo porque el joven de la escena, que hablaba con el padre., se graduó y de su desliz amoroso le nació un hijo que ya es un hombre al que veo a diario, pero nunca le he comentado la historia de su concepción y no lo haré.
Es posible que usted al igual que yo crea que contar esto resulta disparatado, pero creo también que si cada padre empleara aunque sean diez minutos cada mes para conversar con los hijos, hoy seriamos una mejor sociedad. Reflexiono y recuerdo que también Jesús, el hijo de Dios dedicaba muchas horas para conversar con sus discípulos a los que instruía en las cosas divinas y cuando lo digo llega ante mi la escena del padre y el hijo hablando; y recuerdo al padre con su carácter fuerte, pero amoroso, hablándole firme para que no se apartara del buen camino.
Luego de varios años, el padre murrio, y se llevo la satisfacción de haber visto a su primogénito terminar su carrera, aunque le dio un nieto que, el no deseo que fuera de ese modo.
Hablando y reflexionando sobre el tema, me doy cuenta de la gran importancia que tiene conversar, no solo con los hijos, si no también con la esposa, con los amigos, hablar, francamente, amorosamente, sanamente; sin lugar a dudas que eso tonifica el alma y nos acerca más a Dios.
Hablemos, hablemos, sana y amorosamente con los nuestros.
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