El Cabral de Mis Memorias

Por Werner Darío Féliz


Aquellos hombres y mujeres que nacimos en Cabral en la década de 1970 y los primeros años de 1980 puedo decir que vivimos etapas maravillosas. No nos tocaron los convulsos años entre 1970 y 1980, pero sí la colita del avivamiento cultural que vivió el pueblo, tuvimos oportunidad de disfrutar de maravillosos carnavales, de grupos culturales, de bailes, bastón ballet y de algunos concursos de belleza sin los conflictos que generaron años atrás.


No puedo olvidar las pelas de papá Temo, esos hoy tan criticados correazos que de alguna forma contribuyeron a rectificar conductas de generaciones. Y es que no había niño en el pueblo que anduviese en cueros, como era costumbre, o haciendo desordenes, sin que no fuera castigado por la ancha, medio estriada y flácida ya por el uso correa de cuero de papá. Aunque a muchos padres podía desagradar las acciones, casi nadie se oponía, pues sinceramente él sólo pretendía la salud social de la juventud que crecía. Tampoco he de olvidar la “lengua de vaca” del director Miguel Féliz, en la escuela Catalina Pou: hay de aquel que hiciera desorden en la fila o a la salida. Recuerdo muy bien la imponente figura de nuestro querido “Guelo”, con su campana en mano, de peculiar e inconfundible sonido, anunciando el término de la jornada escolar de la mañana o la tarde: él formalmente parado dividiendo la salida y observando la formación en fila de los estudiantes.


Los muchachos de del pueblo nos divertíamos con todo tipo de juegos. Cómo olvidar las carreras que escenificábamos, en las noches, entre los palos de luz de la esquina caliente y el frente de la casa de Doña “Antó”, en la calle Duarte, o el juego del pañuelito, el escondido, la “patá del jarro”, mano caliente y uno que otro divertidísimo juego. En las tardes, los muchachos jugábamos pelota en el solar de Titete, pues aún no teníamos edad de participar con los que eran mayores que nosotros, que lo hacían en el frente. Recuerdo que era todo un logro elevar la pelota de guata envuelta en una media hasta el cinc del almacén de café: éramos verdadero especialistas en hacer esas pelotas, a las que agregábamos una pelotita de ping-pong, yat, o hacíamos unas de caucho que buscábamos en una mata detrás de la casa de Jacobita o de la Casa Curial, o simplemente le metíamos una piedrecita.


Todo el tiempo jugábamos con lo que sea. Bastante niño, con Rolbik, Calinín, Roder, Federiquín, Gabi y algunos otros jugábamos carritos, sea de metal, de plásticos o construidos con galoncitos de aceite y ruedas de javilla. Asimismo, hacíamos pistolas de madera y de pencas de coco o usábamos las que nos dejaban en reyes, que por cierto duraban poco. Muy esporádicamente, y a condición de una posible pela, nos colábamos al canal de Carmen o a la cabecita, en donde nos bañábamos a plenitud, en aguas limpias y claras. Aun recuerdo alegre los viajes de mi madre a Barahona, pues siempre tenía la esperanza que me trajera un carrito, de esos que vendían en la farmacia Méndez.


El tiempo pasaba y crecíamos. Los muchachos que nos llevaban unos pocos años, como Elmer, Melchor, Ovejo, Pirichito, Blanco y otros formaron el grupo “Los Cucu”, estos “nos sacaron los pies”, pues ya no jugábamos como antes. Ellos andaban en bicicletas, medio enamoraditos y con otras costumbres. En esta etapa se popularizó entre nosotros los juegos amorosos, como la botellita, me caí en un pozo, el arroz con leche y no se cuantos mas.


No puedo olvidar las eternas peleas de Nazael y Robin (Churinga), a veces sin ningún motivo, las veces en que Roder se apretaba y las ocasiones en que a Elías Camilo, mi hermano Elías, lo llamaban de la casa mientras jugaba pelota en el solar de la Duarte. Tampoco puedo olvidar cuando a mi guante, uno de los pocos que teníamos, lo llenaron de heces fecales; y hoy recuerdo, por igual, los motes y relajos que nos hacíamos y que hacíamos a mucha gente de Cabral: Melín el Atronao “tumba lo coco y dice que son gotiao”, Joaquín el Loco, Malamblá, Tacoi, Mono, Miguel po y no se cuantos más que rondaban por el pueblo.


Todo aquello pasó rápido, con un asombroso ritmo. Llegaron para nosotros las etapas de bañarnos en la Represa, en la Furnia, en la Tina, en Cachón Pipo, en la Represita (entonces para nosotros lejísimo), en el río Yaque y de hacer pasa días en esos lugares. También, época de la iglesia, de la primera comunión, de la iglesia evangélica y estudios en la intermedia. Fue en esta etapa en donde ya las niñas nos parecían interesantes y muchos nos trasladábamos a otros lugares a hacer “lujos” en bicicletas o a pie. Recuerdo que con Elías o Roder recorríamos a toda velocidad, en mi bicicleta “Chopper”, la calle Sánchez, pues allí vivía la profesora Fidia (frente al club), la que reunía en las tardes una gran cantidad de jovencitas para trabajar sus tejidos y manualidades.


Como olvidar mi maravillosa etapa de los paquitos. Fui tan fanático de ellos que comía leyéndolos y los alquilaba al público para comprar otros: tenía varios alambres en el callejón de entrada a la casa en donde los colgaba. Los tenía casi todos: Kalimán, Memín, Fuego, El Fugitivo Temerario, Águila Solitaria, Arandú, Balam, La Bestia, y uno que otro de Supermán. Fue gracias a los paquitos que cultive mi amistad con Amerito Vargas (Ito) más fanático que yo, con quien tuve varios pleitos por tal motivo. Hoy le enseño esos paquitos a mi hijo y me mira con asombro, sin comprender cómo pude pasarme parte de mi niñez leyéndolos (por cierto, conservo la colección completa de Fuego, en físico, y digital poseo la de Samurai).


Entonces pasamos a jugar pelota, ya “con duro”. Allí, junto con Wellington, Quiquito, Tomás, Ángel, Jani, Pololo, Muchi, Yoita, Michael, Siquín, Kelin, Sori y otros más, dirigidos por Tomasito (Tomas Sánchez, La Bujía), organizamos un equipo que jugábamos en el play detrás de Tifú: yo era tan atrasado con el bate, que la gente que iba a ver el juego se quitaba de la línea de primera, hasta que nuestro Manager Tomás me enseñó a cómo batear mejor.


Nos hicimos hombres y mujeres, muchos, por necesidad y desarrollo, nos mudamos de Cabral, algunos estudiamos profesiones liberales, otros técnicas; un grupo esta fuera del país, otros en Santo Domingo, Santiago, en la región Este y en otros pueblos del sur, alejados del terruño y sin vernos por décadas, pero estoy completamente seguro, convencido, que todos añoramos nuestros sencillos años de niñez y juventud en nuestro amado Cabral.


Muchos muchachos contemporáneos con nosotros, tuvieron en su niñez otras diversiones y realidades, poseen el Cabral de sus memorias. Escribamoslas.

"I always tell the truth, even when I lie"

1 cometarios:

Anónimo dijo...

Mi admirado Primo Welner Dario,nos coloca en el tiempo y los lugares q refiere en su insuperable entrega de Lunes.Leerlo es dar un paseo por un cabral añorado,con actores y episodios irrepetibles,un cabral de calles polvorientas,pero con hidrantes para en tardes refrescar.Un cabral de 3 bares sin bachatas Y REGUETONES y 2 bibliotecas para alimentar el intelecto.Un cabral de estudiosos,de niños q encontraban maneras sanas de divertirse y temian a la correa del Tio Temo.Un cabral q todos hemos construido,con nuestras pisadas y acciones.Escribamos sobre el cabral q de ayer,el que viviste,el que vivimos.Felicidades Primo,excelente escrito.Mf

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