De cómo el Coronel Aureliano Buendía me hizo Presidente.

Un error detectado por el entonces joven Leonel Fernández en la novela Cien años de Soledad, lo hizo entablar una relación con Juan Bosch que en el futuro le devino en lo que vemos en él hoy.

Leonel Fernández
@leonelfernandez
Especial para Listín Diario

El evento tuvo lugar a principios de los años setenta en el Templo Masónico, en la Capital. Un numeroso y selecto público había acudido al lugar para participar en la realización de un panel acerca de  la novela de Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad.

Entre los panelistas se encontraban Juan Bosch, Manuel Rueda, Máximo Avilés Blonda, Marcio Veloz Maggiolo y Hugo Tolentino. Algunos intervinieron analizando la pieza desde el ángulo de su estructura narrativa; y otros, desde la óptica de su trama y el enfoque de sus personajes.  Todos coincidieron, sin embargo,  en que se trataba de una obra maestra, no sólo de la literatura latinoamericana, sino universal.

Al final de sus disertaciones, hubo una solicitud a los miembros del público para que hicieran uso de la palabra y expresaran sus puntos de vista en torno al universo ficticio creado por el gran novelista colombiano, recientemente fallecido.

Varios de los que allí se encontraban reunidos participaron. Hicieron importantes aportes a la reflexión. Dieron demostraciones de conocimiento y de capacidad interpretativa. Exhibieron interés y entusiasmo,  así como un inmenso deseo de que eventos de esa naturaleza se realizasen con más frecuencia.

En medio de aquella ola de éxtasis cultural, yo, por aquel entonces un joven imberbe e inexperto, solicité  también el uso de la palabra. Se me concedió; y lo que dije a continuación, sin ni siquiera remotamente intuirlo o sospecharlo, habría de cambiar, de alguna manera, el resto de mis días.

Lo que empecé por decir, era, para mí,  como una especie de descubrimiento. Obviamente, compartía con el conjunto de los participantes la idea de que Cien Años de Soledad era una novela excepcional, la más importante escrita en lengua española desde El Quijote de la Mancha, pero en lo que entendía era mi descubrimiento, creía haber encontrado un error.

El error de la novela
Ese error consistía en que al iniciar el capítulo VI de la novela, el narrador empezaba indicando que El coronel Aureliano Buendía tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años.

El coronel Aureliano Buendía es el segundo hijo de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, y el primero en nacer en Macondo. De él, García Márquez elabora un detallado perfil, que pone de manifiesto su fuerte, portentosa e inverosímil personalidad.

Según el destacado novelista colombiano,  el coronel promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Rechazó la Orden del Mérito que le otorgó el Presidente de la República. Nunca permitió que le tomaran una fotografía. Llegó a ser comandante de las fuerzas revolucionarias, y el hombre más temido por el gobierno. Se disparó un tiro de pistola en el pecho y el proyectil le salió por la espalda sin lastimar ningún centro vital; y lo único que quedó de toda su trayectoria y aventuras  fue una calle con su nombre en Macondo.

Sus diecisiete hijos varones volvieron a aparecer, más adelante, en el capítulo XI de la novela, lo cual García Márquez nos lo describe en los siguientes términos:

®Entonces el coronel Aureliano Buendía quitó la tranca, y vio en la puerta diecisiete hombres de los más variados aspectos, de todos los tipos y colores, pero todos con un aire solitario que habría bastado para identificarlos en cualquier lugar de la tierra. Eran sus hijos...Todos llevaban con orgullo el nombre de Aureliano y el apellido de su madre.®

El miércoles de ceniza, antes de que volvieran a dispersarse en el litoral, Amaranta, la hermana del coronel, y por lo tanto, tía de sus hijos,  consiguió que éstos la acompañaran a la iglesia,  donde el padre Antonio Isabel les puso en la frente una cruz de ceniza.

De regreso a la casa, cuando el menor quiso limpiarse la frente, descubrió que la mancha era indeleble, y que lo eran también las de sus hermanos. Entonces, según el relato, probaron con agua y jabón, con tierra y estropajo, y por último con piedra de pómez y lejía, y no consiguieron borrarse la cruz.

En cambio Amaranta y los demás que fueron a misa, se la quitaron sin dificultad.

®Así van mejor®, los despidió Úrsula, la abuela. ®De ahora en adelante nadie podrá confundirlos.®

De acuerdo con el autor, ®se fueron en tropel... dejando en el pueblo la impresión de que la estirpe de los Buendía tenía semillas para muchos siglos.®

Años después, indignados por los atropellos cometidos por la empresa bananera norteamericana que llega a Macondo, el coronel Aureliano Buendía profiere una amenaza que va a resultar fatídica. Grita a todo pulmón:

®Un día de estos voy a armar a mis muchachos para que acaben con estos gringos de mierda!®

Como venganza a ese proclama, ®sus diecisiete hijos fueron cazados como conejos por criminales invisibles que apuntaron al centro de sus cruces de ceniza.®

Aunque se repite que los diecisiete hijos fueron exterminados la misma noche, al ser identificados por la cruz imborrable de ceniza colocada sobre sus frentes, hay uno, sin embargo, que  escapó la muerte.

Se trata de Aureliano Amador,  quien, según García Márquez, ®había logrado saltar la cerca del patio, y se perdió en los laberintos de la sierra que conocía palmo a palmo gracias a la amistad de los indios con quienes comerciaba en maderas. No había vuelto a saberse de él.®

Así pues, en realidad, los diecisiete hijos del coronel Aureliano Buendía no murieron la misma noche. Sólo murieron dieciséis. Uno, Aureliano Amador, como acabamos de comprobar, logró sobrevivir a las persecuciones de aquel día, y no será sino muchos años más tarde, cuando intenta regresar a Macondo, que será asesinado.

El Coronel decide
Tras haber expuesto esa tesis, hace más de cuatro décadas, el público asistente esa noche al Templo Masónico reaccionó con gran sigilo.  Algunos parecían no dar crédito a mis argumentaciones. Otros lucían atrapados entre el desconcierto y el asombro. No descarto que alguien llegase a considerar que mis palabras no eran más que un acto de osadía o de atrevimiento.

En todo caso, al dirigirme a mi asiento, observé que el profesor Juan Bosch me hacía una señal para que me sentara a su lado. Así lo hice, e inmediatamente me abordó, diciendo:

®Lo que tú has dicho parece interesante. No me había percatado de ese detalle. Trataré de revisarlo con mayor atención. Pero dime, tú no niegas que Cien Años de  Soledad sea una obra maestra, verdad?®

®De ninguna manera®, respondí. ®Tal como Ud. ha dicho, profesor, comparto la idea de que Cien Años de Soledad es la novela más importante escrita en lengua española desde la publicación del Quijote.®

Seguimos conversando sobre otros tópicos de literatura. El me interrogaba, con un manifiesto interés en saber lo que pensaba. Me hacía aclaraciones, precisaba datos  y me recomendaba lecturas. Al final, al terminar el acto, me echó su brazo sobre mis hombros, y bajamos juntos las escaleras, como un padre con su hijo.

La gente me miraba con cierta sorpresa, y yo, lo confieso, tampoco salía de mi extrañeza y emoción.  Al llegar a su vehículo, nos despedimos. Entonces, me dijo: ®Espero que me pueda visitar.®

No tuvo que repetírmelo. A los pocos días estuve procurándole, dando origen a una relación de amistad y compañerismo, gracias al mítico coronel Aureliano Buendía,  que se extendió por cerca de tres décadas, él, en calidad de maestro, yo, claro está, en condición de discípulo.

Ese vínculo tan estrecho con el profesor Juan Bosch me abrió el camino hacia la política, y eso, por supuesto, fue clave para alcanzar la Presidencia de la República.

Ahora, luego de más de 40 años de aquella noche calurosa de verano en que tuve la intrepidez de sostener que había un ligero error de  cálculo en Cien Años de Soledad, me doy cuenta de la importancia que tuvo en mi destino.

Nunca pensé que después de todo, el coronel Aureliano Buendía, un personaje de ficción, que perdió todas las batallas que encabezó y escapó a un pelotón de fusilamiento, habría de tener tanta incidencia en mi vida como para hacerme Presidente.   

Porque, en efecto, así fue.
La verdad no es un artículo que se compra y se vende con beneficios” Juan Bosch

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