Por Welnel Darío Féliz
No es casual la existencia de los ayuntamientos. Como ente de organización de la vida de los pueblos existen desde antes de la era cristiana. Su función fundamental es velar por el bienestar común de todos los que habitan el municipio y tal se traduce en aportar a la gente el mayor grado de satisfacción posible de la vida en comunidad, que va desde el cuidado del ornato, limpieza, alumbrado, construcciones colectivas, hasta la salvaguarda de la cultura particular.
Desde un punto de vista social, son sencillas y fáciles sus funciones fundamentales, principalmente cuando se cumplen a cabalidad con los mandatos de las leyes y la costumbre. Basta disponer constantemente de los recursos para tales fines –los que son obtenidos de los impuestos municipales y aportados por el Estado- crear los órganos que ejecuten las directrices establecidas, no desviar los fondos, priorizar las obras públicas y las inversiones y mantener un ritmo de trabajo acorde con las necesidades. Desde un punto de vista político se dificulta, pues aparece el clientelismo, el beneficio de partido, la dádiva y toda clase de “ayudas” que desvían y desvirtúan los recursos municipales. Es allí, en esa vorágine, que caen las expresiones culturales y folklóricas.
Si bien las actividades culturales y folklóricas son creaciones libérrimas y espontáneas de los habitantes de los pueblos y son ellos los que la mantienen, impulsan desarrollan, cultivan y protegen, la dinámica de muchas de estas actividades dependen de la influencia del cuerpo edilicio. Las expresiones particulares de un barrio, de un sector o de una persona o familia no necesariamente reciben el apoyo municipal, pero cuando tal se torna masiva, allí interviene. Tales son los casos de las fiestas patronales y los carnavales. Es frecuente que muchos pueblos celebren sus carnavales, recayendo en grupos particulares su organización y montaje (Bonao,
En Cabral aparece un interesante hibrido, caracterizado por una celebración como Las Cachúas, en la que no existen grupos ni organizaciones definidos, sino que cada quien se viste y participa como desee, y un desfile de comparsas y carrozas, que sí son organizados por un comité creado al efecto, en general, el ayuntamiento ejerce controles sobre ambos. Si bien no existe, que sepamos, un presupuesto definido dedicado a contribuir con las personas a vestirse de Cachúas, tal sí está consignado para el Carnaval, sólo que se entiende como el “carnaval” a los desfiles escenificados el Sábado Santo, no en conjunto con los tres días de Cachúa. No obstante, las promociones se realizan sobre la base de Las Cachúas, aunque solamente se invita para el sábado.
Aunque la vaguedad de los comités hacia qué tipo de celebración apoyar o definir cuál es la verdadera e importante expresión cultural genuina del pueblo ha contribuido a la indiferencia hacia Las Cachúas, estos grupos tratan de hacer algún trabajo para desarrollar actividades que redunden en beneficio del pueblo en el ámbito cultural.
Es allí en la organización y apoyo a estas actividades que se nota flaco el apoyo y papel del ayuntamiento. Hasta ahora, la costumbre ha obligado a que el Alcalde es a quien compete la convocatoria para la formación de los comités o por lo menos tal iniciativa debe recaer en el Encargado de Cultura del ayuntamiento. Sin embargo, tanta apatía existe hacia la cultura popular desde la alcaldía, que no es sino entrado ya los meses próximos a
La apatía cae en la desidia al momento de apoyar a Las Cachúas. En realidad el ayuntamiento no invierte ni promociona en lo más mínimo en la más grande expresión cultural del suroeste. Es increíble cómo no existe ningún tipo de programa educativo que contribuya a impulsar el conocimiento de Las Cachúas; que no haya en el salón de actos algunas muestras alegóricas a ella; que no se haya votado ninguna resolución o decisión que permita a las salas legislativas del país declarar a Las Cachúas como patrimonio de la nación; que siquiera en un programa a varios años, guardando dos o tres miles de pesos al mes o incluir a los comerciantes y a los cabraleños, tratar de hacer una estatua de un Cachúa para ser colocada en el pedestal más alto del parque; que no se prohíje un museo sobre Las Cachúas; que no tome la iniciativa de ir más allá de un simple y poco agradable desfile de comparsas y cuasi carrozas y permita aglutinar a Las Cachúas en actividades que incentiven a los jóvenes a disfrazarse, dando motivos a los domingos.
Eso sí, se puede ver la cara, a sus anchas, del alcalde en cada construcción, arreglo o arreglito que se haga en el pueblo, o a muchos pavos reales encabezando los eventos.
Aunque creo que ha faltado voluntad e iniciativa a muchos dirigentes del pueblo, la verdadera incuria recae en el ausente alcalde y la aun más ausente sala capitular, pues es a ellos que la ley ordena proteger las expresiones culturales y son ellos los que fueron elegidos y se les paga un salario por tan importante trabajo.
Esperemos que nuestro joven alcalde y los no menos jóvenes concejales, en los más de cuatro años que le quedan de administración municipal, puedan constituir la diferencia (lo que hasta ahora no ha sido), replantear las cuestiones culturales y contribuir al desarrollo del pueblo. Asimismo, debe ser un reto para los grupos culturales y sociales tratar de contribuir en todo momento a favor de unas Cachúas que aunque grandes, inmensas, requieren, para mantenerse en los años próximos, del apoyo de la colectividad.
0 cometarios:
Publicar un comentario