Estudiar en la Ciudad

Por Werner Darío Féliz

En los primeros años de la década de 1970, en muchos de los pueblos de la región Suroeste hubo una euforia en la juventud que terminaba el bachillerato por cursar carreras universitarias: la opción era trasladarse a la ciudad de Santo Domingo. El primer problema que enfrentaron los estudiantes, la mayoría pobres, era que muchos no tenían un lugar donde vivir, de allí optaron por soluciones prácticas: alquilar alguna vivienda. Dentro de estos pueblos se encontraba Cabral.


Los muchachos de Cabral se unieron y fundaron, el 17 de marzo 1972, la Asociación de Estudiantes Universitario de Cabral, que incluyó a los habitantes de Cristóbal, Polo, Las Salinas y Cachón. Sus primeros integrantes, buscaron alquilar una vivienda en algún lugar que les resultara económico, para en colectivo solventar su pago, permitiendo así que la mayoría de los deseosos jóvenes pudieran iniciar la tan deseada carrera universitaria. Las primeras experiencias de la partida, según tradiciones orales, eran de alegría de algunos, tristezas de otros, euforia de muchos y en todos la esperanza del desarrollo social que impulsaba a una juventud cuyos padres habían vivido con pocas oportunidades.


En esos años, una buena cantidad de hombres y principalmente mujeres (en la asociación no se permitía vivir a personas del género femenino) también se marcharon de Cabral y otros pueblos, y se alojaron en viviendas de familiares, de amigos y los más pudientes llegaron a alquilar o comprar casas o apartamentos a sus hijos. Fue una etapa que conllevó grandes sacrificios a las familias, pues no solo había que invertir en los que se habían trasladado a la ciudad, sino que en la medida que pasaron los años, los nuevos bachilleres expresaban el deseo de estudiar, obligando a su padres a realizar mayores inversiones. Los orgullosos padres esperaban a médicos, abogados, economistas, contables, ingenieros y otras profesiones.


Los jóvenes estudiaban, pero inmediatamente se presentaban oportunidades partían hacia su comunidad de origen. En Cabral la llegada de los estudiantes era un acontecimiento casi apoteósico, no solo los padres esperaban ansiosos y orgullosos a sus hijos, sino que el ayuntamiento mostraba su satisfacción y alegría votando resoluciones de felicitación a los emprendedores munícipes llegaban de la ciudad. Era todo un ritual festivo aquel arribo. Desde Santo Domingo, los estudiantes, tanto los que vivían en la “Asociación” como en casas particulares, partían en vehículos, todos juntos, cantando y celebrando por todo el camino, hasta llegar al parque Los Trinitarios, donde al grito de ¡llegaron los estudiantes! Eran esperados por el pueblo, las autoridades y sus familiares.


Pero, para los familiares, aunque tener a sus muchachos en la universidad era motivo de alegría y satisfacción, no era nada fácil mantenerlos allí. Sea semanal, quincenal o mensual, los padres tenían que hacer grandes sacrificios para enviar algún dinero que sirviese para sostener a sus hijos. En adición, no faltaba semana en que Meky, Merin, Ayala, Freddy Bello, Regín Báez o José Disla u otros viniesen a la ciudad cargados de sacos de plátano, yuca, batata y otros rubros, también, arroz, habichuelas, guandules, café molido, maíz, naranjas, toronjas, guineos, aguacates, mangos, o cualquier fruto que les sirviese de alimento. Tampoco faltaba su salami, jamones, sardinas (principalmente conocidas como pica-pica), viejacas secas o fritas, carne de res seca, espaguetis y otros alimentos. Los que recibían mayor cantidad de productos, casi no recibían dinero y viceversa.


Pero esos muchachos no venían del paraíso: la vida en la ciudad era harta difícil para ellos. La Asociación no era un palacio, ni nada que se parezca, era para ellos un sitio donde poder comer, dormir, asearse, guardar sus pertenencias, todo con muchas dificultades, y había que tener mucha fuerza de voluntad y objetivos definidos para no abandonar: era toda una proeza ser un estudiante de pueblo.


La organización y distribución de las camas en las habitaciones estaban dispuestas para alojar al mayor número posible de estudiantes. Las camas utilizadas camarotes de hierro, de media plaza, mayormente de dos niveles, lo que permitía que en cada habitación hubiese tres o cuatro de estos, en total ocho camas y personas por cuarto. En ocasiones, cuando eran muchos los estudiantes, se podían agregar camas plegables, conocidas como “sandwuichs” o simplemente tirar algún colchón en el piso. En esa habitación había que organizar las ropas exterior e interior, toallas, los zapatos, los cuadernos, los utensilios de higiene personal, alimentos y todo tipo de cosas. Los guardarropas, cuando había, pues solo dos habitaciones tenían, eran repartidos entre varias personas, pero como todos no podían utilizarlos, usaban sus propias camas y las paredes para organizar sus pertenencias, empleando porta sacos, cajas o cualquier medio, a veces, usaban baúles caseros con sus candados, los cuales eran colocados debajo de los camastros. Como era natural, en esas habitaciones se producían todo tipo de olores, tanto al normal sudor, como a ropa sin lavar, medias, hedor de pies u otros. El dormir no era nada fácil, pues el calor podía ser insoportable, uniéndose a ello los ronquidos de algunos, el mal dormir de otros, el que interrumpía por entrar tarde a la habitación o cualquier causa. En ocasiones, pestes de chinches atacaron los colchones, lo que hacía aun más insoportable dormir.


La vida cotidiana era una lucha constante por la supervivencia. Para comer, tanto el almuerzo como la cena, pues normalmente la mayoría se iba temprano a la universidad, como forma de “rendir” lo que les enviaban sus padres, se hacían convites, aportando cada uno algo, haciendo platos únicos para todos. Las comidas eran cocinadas de forma rotativa, tocando a uno un día y al otro al siguiente, y el que se encargaba de preparar los alimentos quedaba exento de fregar y limpiar la estufa. Al momento de preparar las comidas, no existían muchos espacios de solidaridad para con el que no tuviese dinero o aportara algo, pues la propia necesidad obligaba a salvaguardar y prolongar lo más posible el uso del dinero o de los víveres que les enviaban sus padres, de allí que regularmente el que no aportaba no comía. Esto obligaba a que los más necesitados se ofrecieran para fregar o limpiar a cambio de un poco de alimento, y, en ocasiones, colectar lo que los demás dejaban. En caso de que a quien correspondía fregar no lo hacía, se le castigaba obligándolo a cocinar y fregar al otro día. Los locrios de salami, de sardinas “pica-pica”, pollo y en contadas ocasiones de jamón o chuleta era lo más común, acompañado con su respectiva y obligada ensalada verde; comiendo también, en ocasiones, arroz blanco con huevo, moro de guandules con viejaca, arroz blanco con habichuelas y pollo, mangú de plátanos con salami o huevo. Cuando la necesidad era apremiante, el arroz blanco, el guineo, el plátano y otros víveres, sin acompañamiento, eran los únicos alimentos. Muchos hacían jugos de alguna fruta, pero con frecuencia, nunca los degustaba a plenitud, pues el grupo los consumía. Era una regla que aquel que tomara la última gota de agua debía llenar los galones y los cántaros de hacer hielo. Muchos almorzaban en el comedor de la universidad. En ocasiones, los más necesitados pagaban con su trabajo algún plato o poco de alimento, limpiando la casa en lugar del que correspondiese, a cambio de que este se lo concediera.


En años posteriores, muchos llegaron a recibir la ayuda de los primeros profesionales o de algunos que se quedaban en la casa a compartir con los estudiantes, los que pagaban parte de la comida. Eran momentos de alivio al bolsillo de muchos y de ahorro de los pocos víveres que poseyeran. Otros se quedaban en la universidad, a buscar la ayuda brindada por el solidario Menio Féliz Gómez (que trabajaba en los predios del comedor), quien hacía diligencias para que estos obtengan el deseado almuerzo, de forma gratuita. Muchas de estas personas a veces pasaban días sin un solo centavo en los bolsillos, y hacían el trayecto a pie desde la casa hasta la universidad: esa comida del comedor solía ser el único alimento del día.


La limpieza personal y de la vivienda estaba bien organizada. Para poder ejecutar con regularidad dicha limpieza y organización todo lo relativo al uso de los espacios, existía un Cuerpo de Orden, el cual se encargaba de fijar, en forma rotativa, la limpieza, tocando a cada uno en partes iguales, trapear, limpiar el baño, el patio, el frente, la nevera, la cocina y organizar la sala. El incumplimiento de las medidas conllevaba sanciones, como la duplicidad de la obligación.


En torno a la higiene personal, como normalmente no había mucha agua y el baño interno se tapaba, se optó por construir un sitio donde bañarse en el patio, a la antigua usanza suroestana, pero se mantuvo el baño interno para orinar y defecar, de allí que no siempre del baño despidiera un agradable olor. Dadas estas situaciones, era común ver en tiempo de espera a algunos para usar el baño, o el desfile de hombres envueltos en toallas, con un cepillo con pasta dental en un lado de los labios, y en las manos un jabón, recorrer el pasillo rumbo al baño; otros en pantalones cortos con sus toallas en los hombros. Si se afeitaban, lo hacían con un jarro o la mitad de un galón frente a un eterno espejo que estaba en el comedor. Los fines de semana, era común ver a casi a todos en el patio lavando sus ropas y todas ellas tendidas en una larga hilera de alambres.


Estudiar en la casa era harto difícil, pues cuando se estaba en ella, al hacerse grupos, normalmente había mucho ruido. De allí que aquellos desarrollaron una pasmosa habilidad de estudiar sin importar las condiciones del lugar. Asimismo, se estudiaba en las madrugadas, muy temprano en la mañana, se aislaban en lo más profundo del patio o aprovechaban la soledad del lugar en las mañanas, pues los estudiantes comenzaban a llegar después de la una de la tarde. Tenían la ventaja, sin embargo, de que algunos podían aprovechar a los que estudiaban las mismas carreras, sea para estudiar juntos o para utilizar conocimientos de aquellos más adelantados.


El convivir diario generaba espacios de compartir colectivos, lo cual, como toda relación social, podía generar problemas. Algunos llegaron a tener fuertes discusiones, sufrir agresiones o escenificar pleitos, ante lo cual podían someterse a sanciones drásticas. Asimismo, también había robos, principalmente de alimentos (pocas veces de dinero), negocios internos: préstamos de alimentos, de ropas, dinero; así como amistades y lazos de autoprotección. Cualquier motivo era causa para mofarse del otro y utilizarlo como medio de catarsis social, no con el deseo de hacer daño. Las risas, las burlas, las trampas eran comunes, así como acciones y manías de muchos. Los gestos, los ronquitos eran parte del devenir secular y causas de mofarse. En la casa había una televisión, la que era vista en colectivo: todos debían ver un mismo programa; también existía un radio, al cual se sintonizaba una emisora aceptada o no por todos. Desde un primer momento se instaló un teléfono, el que era cuidado y protegido, el cual no debía ser usado por mucho tiempo.


Como era normal, los jóvenes se insertaron en la sociedad que los recibió, y muchos comenzaron a realizar trabajos de medio tiempo, a visitar a vecinos, a compartir con nuevos amigos, a enamorarse y tener novia y algunos hasta casarse. Precisamente, el noviazgo podía ser una solución a algunos de los problemas, pues en ocasiones la solidaridad se hacía presente, y el joven entonces podía recibir la ayuda de la dama, sea lavando la ropa, comiendo en su casa y buscando mejores espacios de diversión.


Por su parte, la casa de la Asociación no solo sirvió para los estudiantes, sino que era el lugar de pernoctar del cabraleño sin familiares en la ciudad. Si se llegaba a la capital, allí se les recibía y se le daba albergue momentáneo, durmiendo en el piso, en el mueble o en alguna cama vacía. Asimismo, también se convirtió en el lugar de encuentro de los muchachos, pues muchos de los estudiantes que vivían en otros lugares con frecuencia la visitaban, costumbre tan arraigada, que todavía a más de treinta años, muchos de los profesionales hacen vida en aquella zona de la calle Paraguay del Ensanche La Fé.


Si bien todos estos jóvenes se enfrentaron a todo tipo de adversidades, y con ellos, sus familiares, en los pueblos existían otros estudiantes, universitarios también, que si bien no eran recibidos como el hijo pródigo, también tienen sus propias historias de luchas, adversidades, perseverancias y éxitos. Pero esta será parte de otra entrega.

"I always tell the truth, even when I lie"

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